Joaquín Sorolla: El pintor de la luz
Su legado es seña de la identidad estética de València
Un delicioso vestido blanco de fina batista se mece con suavidad por efecto de la brisa marina, mientras la dama que lo luce se aparta del rostro el velo de tul de su sombrero. Los cuerpos bronceados de unos niños jugando en la playa de la Malvarrosa se mezclan con los tonos violáceos de la arena mojada por el batir de las olas. Bueyes poderosos arrastran una barca, adentrándola en la arena después de que haya terminado de faenar. Y todas esas escenas, tan reconocibles, envueltas por una luz pura, inimitable, como pocas existen.
Estas y otras imágenes icónicas forman parte del legado que Joaquín Sorolla, el pintor más universal que ha dado València, dejó, y han mutado en señas de la identidad estética de la ciudad, un siglo después de su desaparición, en 1923. Merece la pena recorrer los lugares que fueron importantes en la vida temprana del autor, por condicionar sus primeros pasos en la búsqueda de un estilo propio, y, sobre todo, aquellos que más profundamente le sirvieron de inspiración para sus lienzos. Sin olvidar los centros museísticos e instituciones locales que acogen sus óleos. Iniciemos, pues, el itinerario.
AGENDA AÑO SOROLLA
exposición
Exposición de Sorolla en la Fundación Bancaja
Sus años de formación
Una placa en cerámica recuerda en el número 8 de la calle de las Mantas que el maestro nació, el 27 de febrero de 1863, en este lugar muy próximo a la tienda de tejidos que, por entonces, regentaban sus padres. La moda y las telas siempre estarán muy ligadas a su producción artística, donde presta atención minuciosa a los atuendos de sus protagonistas. Joaquín fue bautizado en la iglesia de Santa Catalina. Tan sólo dos años después, al llevarse una epidemia de cólera a sus progenitores, pasó a vivir con sus tíos maternos, quienes lo adoptaron junto a su hermana Concha. Pronto demostró pasión por el dibujo y la pintura, matriculándose en la Escuela de Artesanos. En su actual emplazamiento (Avda. Regne de València, 40) guarda una importante colección pictórica, entre la que se encuentra un cuadro de Sorolla, “Ramillete de mandarinas”, cedido por su hijo, buen número de dibujos y bocetos de su periodo formativo, así como curiosos documentos académicos donde se recogen hasta algunas faltas de asistencia.
Clásicos y vanguardias
De la Escuela de Artesanos pasó a la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos cuyas enseñanzas le permitieron progresar en su arte y donde se conservan sus boletines de notas y numerosos bosquejos. El progreso que experimentó durante esta etapa le abrió las puertas a ir pensionado por la Diputación de València para estudiar pintura en Roma, previa conquista de un certamen pictórico. Resultaría un paso decisivo en su formación. También pudo trasladarse al Museo del Prado para conocer los clásicos. Sorolla destacaba por su talento, aunque la necesidad de presentarse a concursos para seguir obteniendo ayudas y hacerse un nombre le obligaba a realizar óleos de grandes formatos y temática historicista, más alejados de las inquietudes del joven pintor que ya había descubierto las vanguardias europeas, en especial los impresionistas franceses. Él ya solo pensaba en reflejar la luz del Mediterráneo en escenas cotidianas de su ciudad, en un estilo propio que se ha denominado luminismo. En 1888 contrajo matrimonio con Clotilde García del Castillo, que se convertirá en su alma máter, madre de sus hijos y su gran musa.
Consagración internacional
Pero su consagración no llegaría hasta la realización de “¡Triste herencia!”, que refleja a un grupo de niños enfermos atendidos por un religioso de la Orden de San Juan de Dios en el momento del baño en la orilla de la playa de El Cabanyal. “Un día estaba yo trabajando de lleno en uno de mis estudios de la pesca valenciana, cuando descubrí de lejos unos cuantos muchachos desnudos dentro, y a la orilla del mar y vigilándolos la vigorosa figura de un fraile. Parece ser que eran los acogidos del hospital de San Juan de Dios, el más triste desecho de la sociedad: ciegos, locos, tullidos y leprosos. No puedo explicarle a usted cuanto me impresionaron, tanto que no perdí tiempo para obtener un permiso para trabajar sobre el terreno, y allí mismo, al lado de la orilla del agua, hice mi pintura”, explicaría, años después, el propio Sorolla. Con este lienzo obtuvo el Grand Prix en la Exposición Universal de París de 1900 y el reconocimiento en su tierra, que le concedió el honor de bautizar una céntrica calle como la del “Pintor Sorolla”, y la fama internacional. Este cuadro pertenece a la Fundación Bancaja y se puede contemplar cada vez que la entidad le dedica una de sus frecuentes retrospectivas al maestro valenciano, una veintena en lo que llevamos de siglo, pues cuenta con un acuerdo de cooperación con el Museo Sorolla de Madrid.
Escenas que le inspiraron
Para entonces ya vivía lejos de València, aunque la visitaba con frecuencia. De hecho, muchos de sus rincones nunca dejaron de servirle de inspiración. En sus creaciones destaca por pintar al aire libre, por reflejar gentes sencillas enmarcadas en escenas de pesca y de mar, por la captación de las costumbres y las tradiciones, así como por la libertad con que refleja la luz y el color. No hay que dejar de visitar varias localizaciones esenciales en su obra pictórica. Las playas urbanas de València son el escenario de muchos de sus cuadros. También de ambiente marinero es la conocida como la “Casa dels bous” (C/ Isabel de Villena, 156), donde se guardaban los animales que arrastraban las barcas desde el mar hasta la orilla. Otros lugares de la ciudad también presentes en algunos de sus lienzos son la Lonja de la Seda, la Catedral de València, la casa natalicia de San Vicente Ferrer o el casalicio de la Virgen de los Desamparados en el Puente del Mar, entre otros muchos.
Dónde contemplar sus cuadros
La ciudad que le vio nacer es un excelente lugar para disfrutar de su legado artístico. El Museo de Bellas Artes es el que cuelga un mayor número de sus óleos, en la sala que le dedica y que explora también su relación con los artistas que le inspiraron, sus coetáneos y aquellos que se convirtieron, posteriormente, en sus seguidores. De entre su colección destacan “Clotilde contemplando la Venus de Milo” y el “Retrato a la cantante de zarzuela Isabel Bru”.
La Casa Museo Benlliure, dedicada a recordar las figuras de los hermanos José, pintor, y Mariano, escultor, conocidos de Sorolla, reúne cuatro piezas de este de reducidas dimensiones, entre las que sobresale el “Retrato de Peppino”, hijo de José y también pintor, y una pequeña “Marina”.
También se hace imprescindible aprovechar las visitas concertadas al Palau de la Generalitat Valenciana para poder disfrutar en el Saló Daurat gran de “El grito del Palleter”, “El Pare Jofré defendiendo a un loco” y “Las pescadoras”. En una capilla del Saló de Reis se encuentra un “San Dimas”.
Asimismo, el Museo de la Ciudad (Plaza Arzobispo, 3) cuenta con representación del maestro valenciano. Una de las joyas de la colección permanente que se expone es “Mi familia”, un retrato de su esposa e hijos, muy inspirado en su composición por “Las Meninas” de su admirado Velázquez.
Es muy recomendable acabar nuestro recorrido por la ciudad siguiendo las huellas del creador, reponiendo fuerzas. Ya es hora. Pero no en un lugar cualquiera, sino en un emplazamiento muy vinculado al personaje: la Brasserie Sorolla, en el hotel Las Arenas, justo donde se levantaba el antiguo balneario y ubicado frente al mar. En el comedor comparten con los comensales con orgullo un retrato de una dama con ropajes en tonos rosáceos, obra del maestro de la luz. No muy lejos de allí, en la Plaza de la Armada Española, aún en la fachada litoral de la ciudad que tanto inspiró al genio de València, se levanta el monumento que la ciudad dedicó a uno de sus hijos más queridos.
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