Cómo llegó el Santo Cáliz a València

La copa que utilizó Jesucristo en la Última Cena fue llevada de Jerusalén a Roma por San Pedro y utilizada desde entonces por él y los sucesivos papas de la Iglesia en Roma en las celebraciones eucarísticas hasta el año 258, cuando el papa Sixto II, encargó a su diácono San Lorenzo que sacara el cáliz de Roma para protegerlo de la persecución del emperador Valeriano.

San Lorenzo hizo llegar la reliquia a Huesca, donde vivían sus padres. El cáliz acabó escondido en el monasterio de San Juan de la Peña y en 1399 es entregada por los monjes del monasterio al rey Martín I de Aragón, de quien se conservan tres cartas reclamando la reliquia insistentemente. Una vez en sus manos, Martín I llevó el grial a la capilla de su residencia en Zaragoza, el Palacio de la Alfajería. Y otro rey, Alfonso el Magnánimo, trasladó en 1424 el Santo Cáliz al Palacio Real de València, su residencia de entonces.

La conquista del reino de Nápoles supuso al Magnánimo costosas campañas militares para las que necesitó préstamos, uno de ellos contraído con la jerarquía eclesiástica. El rey lo avaló con todas sus reliquias, incluido el Santo Cáliz, que tuvo que entregar en 1437 para condonar su deuda con la iglesia. Fue conservado y venerado durante siglos entre las reliquias de la Catedral, y hasta el siglo XVIII se utilizó para contener la forma consagrada en el «monumento» del Jueves Santo, hasta que fue finalmente instalado en la antigua Sala Capitular, habilitada como Capilla del Santo Cáliz en el año 1916.

 

 

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